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    Cineclub | Madame Satán (Cecil B. DeMille, 1930)

    Madam Satan

    Quiero ser santa

    Madame Satán (Madam Satan, Cecil B. DeMille, 1930).

    El director de cine Cecil B. DeMille es recordado sobre todo por sus tremebundas producciones de películas bíblicas. Sobra incidir en que no suponen ni de lejos la temática mayoritaria en sus películas, pero sí desde luego han resultado las más populares. Hay un desprecio hacia su cine fomentado por diversas razones: representa el lado más descarnadamente comercial de Hollywood, la doble moral de sus películas religiosas (esa mezcla de religión exacerbada y erotismo desatado), sus mastodónticas superproducciones… En fin, no seremos nosotros quienes le quitemos la razón a sus detractores: algo de cierto tienen sus afirmaciones. Sin ir más lejos, la moralina barata de la película que vamos a comentar, Madame Satán (Madam Satan, 1930), y su trama principal de líos de cama de parejas casadas es idéntica a la de las películas que podemos ver ahora mismo en nuestras carteleras: por mucho que el marido o la esposa flirteen fuera del matrimonio, este sale invicto y victorioso, y la pareja, por descontado, siempre fiel pese a todo lo que pueda tentarlos. Y con todas las escenas picantes de parvulario y chistes burdos imaginables rellenando metraje a dolor.




































    Madame Satán comienza con un plano de un pájaro encerrado en su jaula para a continuación ser atendido por la protagonista absoluta de la película, Angela Brooks (la actriz Kay Johnson, ejemplo de lo que en la época se entendía por elegancia y glamour, lo cual consistía en poner cara de desmayo a cada plano y una expresión continua de “ya nada puede dañarme”), el pajarito de carne y hueso encerrado en su prisión de oro, siendo esta la mansión gigantesca en la que vive con su marido. Marido (el actor Reginald Denny, todo un superviviente del cine) que se dedica a irse de fiesta todas las noches y pasarlo de miedo con su amigo Jimmy (interpretado por el excelente secundario Roland Young) y su locuela amante Trixie (Lillian Roth, prometedora actriz que acabó consumida por el alcohol y las drogas, aunque eso no le impidió volver tras los años con un libro en el que contaba toda su trágica historia). Durante cincuenta minutos asistiremos a una comedia de desarrollo plomizo, chistes de humor grueso, situaciones graciosas que solo dan vergüenza ajena por lo forzadas y torpes que resultan y una trama que plantea que la esposa, para mantener a su marido en el cerco del matrimonio, debe comportarse un poco en plan zorrón, porque si no se la acusará de gélida y, claro, ya sabemos que los hombres necesitan desfogarse. En fin. Angela lleva una vida de rica solitaria y se dedica a hablar con su pajarito Barbican, a ordenar copiosas comidas para el solaz de su marido, a asistir y convocar reuniones con damas de la beneficencia, a mantener la típica pelea matrimonial de enamorados en la que uno ve la pelea pero difícilmente a los enamorados… Demonios, todo es tan aburrido que hasta un par de números musicales se ofrecen en plano fijo.

    Madam Satan

    «La doble moral de DeMille, por mucho que se la critique, en el fondo refleja la dualidad humana, y si bien al final del filme todos serán debidamente castigados para disfrute del espectador común, esto es, el pobre, el castigo será más bien un susto, un acto de ridiculizar a los ricos que también puede entenderse al contrario».


    Lo dicho, Angela se cansa y decide pasar a la acción cuando descubre el lío entre Trixie y su marido, momento en el que la película da muestras de un realismo bestial: por mucho que lo tiene delante de los ojos, Angela lo niega hasta lo imposible. Cuando Bob, el marido, literalmente grite en la cara de Angela que se quiere trajinar a Trixie, nuestra heroína reaccionará. Pero nada de pedir el divorcio y la separación, qué os habéis creído, lo suyo es lo siguiente: “Muy bien, yo también seré de carne y hueso. (…). Te quitaré a mi marido. (…). Tú lo has arrancado de la virtud, yo lo alejaré del vicio. No verás más que decencia. Mis perfumes y mis vestidos lo pondrán al límite. ¿Le gustan calientes? Muy bien, ¡encontrará un volcán! Se necesitarán todos los bomberos de la ciudad para detenerme.” Y así nuestra Angela devendrá satánica. A la película aún le falta más de una hora para terminar, pero entonces se anuncia una fiesta de disfraces en un zepelín. Y de pronto todo se transforma. La introducción a lo que de verdad importa ha terminado, aunque ha sido un tanto larga y el suplicio exige compensación. Tranquilos: la vamos a tener. Porque desde que la historia se traslada al zepelín, si bien lo que se nos cuenta sigue con el mismo nivel de idiotez, visualmente se transforma en todo un espectáculo delirante, de esos tan fuera de lo común y sorprendentes que uno no sabe si está ante un ejercicio de vanguardia radical o ante un número musical súper kitsch de 60 minutos de duración. En realidad, hay de las dos cosas.

    Madam Satan

    «Los decorados se levantaron bajo la supervisión de Cedric Gibbons, y en la dirección artística estaba junto a él nada más y nada menos que Mitchell Leisen, este también ayudante de dirección. A la fotografía Harold Rosson, al sonido Douglas Shearer… En fin, todos los pesos pesados de la Metro Goldwyn Mayer al servicio de esta locura, la productora familiar por antonomasia marcada por el signo de los tiempos».


    Los planos del zepelín amarrado a una alta torre metálica recortándose contra la ciudad y un cielo tenebroso son sencillamente magníficos, de una belleza que quita el aliento. Y el número musical que abre esta segunda parte de la película, en el cual hombres y mujeres hacen las veces de las piezas de una máquina y la electricidad que la mueve, supone, como se ha dicho antes, un absoluto delirio vanguardista. Aquí no hay dudas. La trama sigue la idea de la buena esposa que se hace pasar por mujer fatal para recuperar a su marido. Pero por encima de esto asistimos a una película que es puro escapismo. En plena crisis del 29 vemos a ricos dedicándose a divertirse de manera tan infame como envidiable. La doble moral de DeMille, por mucho que se la critique, en el fondo refleja la dualidad humana, y si bien al final del filme todos serán debidamente castigados para disfrute del espectador común, esto es, el pobre, el castigo será más bien un susto, un acto de ridiculizar a los ricos que también puede entenderse al contrario. Están locos y llevan una vida loca porque se lo pueden permitir. El hombre de a pie asiste a sus locuras tal y como hoy mismo las vemos en el televisor. Todas las escenas en el zepelín fueron rodadas originalmente en color, aunque este se da por perdido: solo han sobrevivido copias en blanco y negro. No importa demasiado, porque el espectáculo se ha desbocado y el color lo ponen nuestros ojos sin quererlo. Asistimos a un concurso de besos, a una subasta de mujeres, a Madam Satan flirteando con acento francés bajo una máscara con su marido, a unos diálogos plagados de bromas sexuales explícitas y a juegos de palabras con la sutileza de un cañonazo en la cara. Los trajes que lucen las chicas son tiras pegadas al cuerpo que lo muestran todo, aunque para no molestar a los censores y siguiendo sus indicaciones, DeMille aceptó que las actrices llevaran mallas color carne para que la desnudez no fuera tan evidente. Los decorados se levantaron bajo la supervisión de Cedric Gibbons, y en la dirección artística estaba junto a él nada más y nada menos que Mitchell Leisen, este también ayudante de dirección. A la fotografía Harold Rosson, al sonido Douglas Shearer… En fin, todos los pesos pesados de la Metro Goldwyn Mayer al servicio de esta locura, la productora familiar por antonomasia marcada por el signo de los tiempos.

    Como curiosidad, destacar una escena en el zepelín, claro, en la cual de pronto aparecen las camareras… ¡montadas en pequeños cochecitos que reproducen el dirigible! Hay un videoclip del extraño grupo de vanguardia The Residents (el de su tema The Third Reich’n’Roll) que se nos antoja inspirado directamente en esta secuencia, pero esto igual es que ya se nos contagió el delirio. Al final, el zepelín es sacudido por una tormenta, el gigante resulta herido y partido en dos, la Torre de Babel es hendida por el rayo. Un desenlace en el que los adoradores del becerro de oro sufrirán un feble castigo. También la trama amorosa se desenredará, pero esta parte de la película la podemos considerar el castigo bíblico que corresponde al espectador que ha disfrutado con este espectáculo del demonio.


    José Luis Forte
    © Revista EAM / Cáceres


    Ficha técnica
    USA, 1930. Título original: Madam Satan. Director: Cecil B. DeMille. Guion: Jeanie Macpherson, Gladys Unger y Elsie Janis. Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Productor: Cecil B. DeMille. Estreno: 20 de septiembre de 1930. Fotografía: Harold Rosson. Música: William Axt. Montaje: Anne Bauchens. Ayudantes de dirección: Mitchell Leisen y Cullen Tate. Dirección artística: Cedric Gibbons y Mitchell Leisen. Decorados: Cedric Gibbons. Diseño de vestuario: Adrian. Intérpretes: Kay Johnson, Reginald Denny, Lilian Roth, Roland Young, Elsa Peterson, Jack King, Eddie Prinz, Boyd Irwin, Abe Lyman and His Band.

    Póster: Madam Satan

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